Llegamos a Riga de noche y encontramos nuestro hostel en una calle chunga con gente muy chunga. Entramos en el portal y nos encontramos con una vieja tirada en el suelo, borracha, gritando como una loca. En la recepción del hostel nos mirábamos unos a otros pensando que cojones hacíamos allí. Vimos por los pasillos a gente muy rara y nos acojono la sonrisilla que nos echó un tío como diciéndonos "No sabéis dónde os habéis metido". Por suerte la dueña nos dijo que nuestra habitación estaba en el edificio de al lado que por lo menos tenía una clave para entrar dentro. Por las escaleras medio destruidas se oían perros, niños llorando y toses de ancianos. Vamos, que hasta Stephen King se hubiera cagado. Una vez en la pensión nos encontramos con Andrew (el compañero de piso de Martín) y fue una alegría saber que había pasado allí la noche y seguía entero. La pensión estaba bastante limpia y no había mucha gente hasta el día siguiente que nos invadieron unos abuelos y la cuadrilla de Quique Santander (otro parecido razonable). Salimos a cenar un poco asustados pero volvimos pronto a casa y nos tranquilizó un americano que había estado hacía unas semanas en Bosnia-Herzegovina, para él Riga era como Mónaco más o menos. Al día siguiente visitamos Riga y la verdad es que no nos sorprendió demasiado, Tallin había puesto el listón muy alto. Visitamos todos los sitios típicos incluído el museo de la ocupación, que relataba a través de objetos, fotos y noticias la historia de Letonia durante el siglo XX. Acabamos la visita turística y después del clásico tour de tiendas de souvenirs de David, volvimos a la pensión a descansar. Al día siguiente volvíamos a Finlandia.
miércoles, 7 de noviembre de 2007
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